La situación que atraviesan las provincias argentinas ya no puede leerse únicamente en clave ideológica o electoral. Se trata de una realidad concreta que demanda sentido común y decisiones urgentes. Mientras el Gobierno Nacional busca ajustar las cuentas macroeconómicas, los gobiernos provinciales se enfrentan a una crisis cada vez más profunda, sin herramientas ni recursos suficientes para sostener servicios básicos y políticas públicas esenciales.
El presidente Javier Milei ha señalado con razón varios de los problemas estructurales del país: el gasto público desmedido, una inflación descontrolada y un Estado sobredimensionado. Pero ordenar las finanzas nacionales no puede implicar, como contracara, dejar a las provincias al borde del colapso. Gobernar no es administrar una hoja de cálculo: es interpretar las necesidades de un país real, diverso y con urgencias distintas en cada región.
Este martes, gobernadores de todo el país —de distintas extracciones políticas— mantendrán un encuentro para analizar la situación y unificar criterios. Lejos de ser una reunión “anti-Milei”, busca abrir una instancia de diálogo frente a un contexto que los afecta por igual. Cuando todas las provincias, sin excepción, enfrentan dificultades, no se puede hablar solo de fallas de gestión individual: hay una política central que está desfinanciando y aislando a los distritos.
Argentina no tiene Presupuesto desde hace más de un año. No hay previsibilidad, ni hoja de ruta clara. Los fondos se recortan, los compromisos se abandonan, y el mensaje oficial insiste en que “los problemas son de otros”. Pero cuando esos “otros” son los Estados que sostienen la salud, la educación, la seguridad y la infraestructura en sus territorios, el país entero queda en riesgo.
El federalismo no puede ser un eslogan vacío. Es hora de entender que gobernar la Nación implica también sostener a las provincias, acompañarlas, integrarlas en la toma de decisiones. La crisis actual no admite más juegos de desgaste ni pulseadas políticas. Javier Milei está a tiempo de corregir el rumbo. Y de comprender que el verdadero liderazgo no se mide solo por el recorte, sino también por la capacidad de construir país.